La realidad, desde nuestra alma 7
II.4 La cuaternidad y la totalidad
“Uno, dos , tres... pero, por cierto, querido Timeo, ¿dónde está el cuarto...?”
Una de las grandes obsesiones de la humanidad es la Totalidad. Hoy buscamos la totalidad en las ciencias sociales, en la historia, pero sobre todo en la Física, en la ciencia que busca las raíces del todo, la Teoría del Todo.
Puedo hablar “ex cathedra” desde la Física y observo que uno de las grandes cacerías en las que está involucrado un gran número de científicos es la búsqueda de la Teoría del Todo. Una teoría que de cuenta de la totalidad de las cosas. Pero si uno se detiene un segundo a pensar, debería preguntarse: ¿quién asegura que tal teoría existe? ¿Por qué vamos detrás de algo que ni siquiera sabemos si es real?
La gesta tras esta teoría tiene ribetes tan misteriosos como fueron las gestas y aventuras tras el Grial, tras el Dorado, tras la Ciudad de los Césares. Nadie sabía si tal cosa existía, pero se dedicaron esfuerzos, vidas enteras a buscar aquello que parecía ineludiblemente imposible de alcanzar.
Pareciera que nuestra mente “sabe” que existe una totalidad trascendente, una figura o idea de la totalidad, pero al mismo tiempo intuye que esta totalidad no es alcanzable por medios tradicionales, que esta totalidad ineludiblemente nos lleva por caminos no recorridos por pie humano con vida.
Según las teorías junguianas , la totalidad siempre se ve identificada por una estructura de tres más uno. Es decir, la totalidad se encuentra formada por tres formas, direcciones, formas, comprensibles por la lógica. Más una que no es alcanzable por métodos normales. “Padre, hijo y espíritu Santo” es la receta cristiana mientras se realiza la “señal de la cruz”. Sin embargo si somos sinceros, sabemos que estamos mintiendo, que de alguna forma no estamos diciendo toda la verdad pues “Padre, Hijo y Espíritu Santo” son sólo tres personas y la “señal de la cruz” contiene cuatro elementos. Es un recurso barato el dividir al tercer elemento en dos palabras, obviamente hay ahí alguien a quien no se quiere mencionar: ¿Quién?
La respuesta obvia, pero difícil de admitir es: Satán, Lucifer, el obscuro, el que porta la luz en medio de la obscuridad. Por supuesto que si incluimos a Lucifer, la cuaternidad, los cuatro puntos cardinales estarán completos.
¿De dónde viene esta cuaternidad? Una respuesta viene de nuestra propia vivencia de cuatro direcciones: Adelante, a la izquierda, a la derecha y...atrás, lo que no vemos lo que está oculto a nuestra conciencia. Cuatro son también las funciones que identifica Jung como las funciones de la mente:
El pensamiento, la sensación, el sentimiento y la intuición.
El pensamiento se puede identificar con el pensamiento lógico, la sensación como las sensaciones pragmáticas que recibimos desde el mundo que nos rodea, el sentimiento como aquella función que nos pone en contacto con los seres que significan algo para nosotros, y además está la intuición, una función bastante rara en el mundo actual, que está dominado por la sensación , lo que nos dictan nuestros sentidos.
La realidad parece estar siempre en un juego inestable entre tres y cuatro elementos. Tanto es así, que siempre el símbolo de totalidad parece estar marcado por un número cuatro o por un número que sea una combinación de tres por cuatro. De hecho, cuatro son las estaciones del año, doce son los fermiones conocidos por la física, doce son los signos del Zodiaco, doce son los caballeros del Rey Arturo, y de hecho el número trece es el asiento “peligroso”, el que rompe la simetría.
Tengo en mi casa una figura de la Trimurti cuando me preguntan por ella, siempre hablo de la Tetramurti. ¿Pero, una, dos, tres caras, dónde está la cuarta? La cuarta es aquella que está aún dentro de la roca, aquella que no ha sido revelada, la que no ha sido esculpida, la que no se ve, pero que representa la firmeza, la integridad, la unidad de las demás.
Cada vez que enciendo un incienso frente a la trimurti, no puedo olvidar al cuarto rostro, aquél que finalmente le da unión a las otras tres que pueden verse, la que “piensa por las demás”.
Así, dentro de la claridad de nuestra vida cotidiana, siempre se “cuela” la cuarta, o el cuarto, aquél que no está en los cálculos. Es por esta razón por la que el enemigo no puede ganar, es ésta la razón por la cual el enemigo está siempre nervioso, porque existe una faceta que él no controla, que está más allá de la lógica, más allá de las sensaciones o de los sentimientos que tan bien sabe controlar. Hay una fuerza que está más allá de todo control, y esa fuerza finalmente puede dominar nuestra vida.
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