La realidad desde nuestra alma 26
V.2 La resurrección del Héroe
La nostalgia de la que hablábamos en el capítulo anterior tiene un lado negativo. Cuando ella ha llegado a su máximo, cuando el dolor es insoportable, entonces existen sólo dos salidas posibles.
El guerrero puede disolverse en un mundo de placeres morbosos, refocilándose en la no existencia y viviendo una ilusión. Esta situación es como volver al útero materno. Rehuyendo de la realidad, el guerrero niega la rudeza real del mundo que lo rodea y construye una dureza de mentira que lo reconforta, pues le da la sensación de un heroísmo que hoy en día llamaríamos virtual, pero que en realidad no es más que una ilusión.
La vuelta al seno materno es psicológicamente hablando un incesto, un tabú, algo que la sociedad sana rechaza pues es una negación de la vida. La imagen de la madre devoradora aparece aquí endulzada pues el guerrero no es capaz de darse cuenta de que está siendo digerido lentamente en la obscura nada de su propio inconsciente. Lleno de imágenes es incapaz de vivir la vida real.
Nada diferencia a este escapismo, de los héroes virtuales que vemos en los cybercafés. Jóvenes esmirriados, de cuerpos y mentes destruidos, se ven a sí mismos como grandes guerreros en sus juegos multimedia. Faltos de carácter son incapaces de enfrentar una realidad que los pondría en su verdadero lugar y viven a través de mentiras, heroicas, pero mentiras.
El Nacionalsocialista que vive inmerso en las imágenes y recuerdos y no es capaz de enfrentar a su vecino, a su jefe. El que no es capaz de salir adelante con su familia, con su vida cotidiana, debería leer “Nietszche contra Wagner”, una gran obra del primero, en la que la ira no es con Wagner mismo sino que contra lo que provoca en sus auditores los cuales: sufren de la misma enfermedad de los que hoy ven El Señor de los Anillos y hasta se disfrazan ad hoc, pero no tienen carácter.
La otra opción es la resurrección del Héroe. En esta senda el guerrero redescubre que la única vitalidad que vale es la que él es capaz de desplegar día a día en todos los frentes que la realidad le opone. Esta visión, que cuesta tanto aprehender, nos dice que la lucha total se compone de todas las pequeñas batallas que vivimos día a día y que éste, y no otro, es el mundo de los Dioses Arios. No caben aquí ojos entornados deseando mundos extra terrenos. Nadie que no sepa vivir aquí, será bienvenido en el Walhalla.
Ahora, la Madre terrible naturaleza nos pondrá todos los obstáculos en el camino para que no podamos cumplir nuestra misión. Pero en el fondo lo hace deseando que el Héroe salga victorioso de cada empresa. Es como Hércules, si éste no hubiese tenido todas esos terribles trabajos, jamás habría sido el héroe que cantan las leyendas.
Normalmente despreciamos las batallas que nos presenta la vida cada día, porque buscamos la Gran Batalla. Desearla es lo correcto, todo nuestro anhelo debe dirigirse a la Gran Obra, el Gran desafío, pero estoy seguro que ella jamás se nos aparecerá si no somos capaces de enfrentar las pequeñas dificultades. Es como si un aprendiz se negara a fregar el piso del castillo del maestro, porque siempre espera que le den una tarea “ a su altura”. Todo buen maestro sabe que si el discípulo no es capaz de los trabajos pequeños, tampoco podrá con los grandes cuando llegue la ocasión.
Podemos despreciar la realidad que vivimos, pero debemos recordar que las sagas nos hablan de héroes que vivieron su tiempo y que fueron grandes en sus tiempos, en sus realidades, en sus comidillos de cortes. Pensemos en las aventuras del Cid. Nadie puede negar su grandeza típica de un hijo del pueblo godo, sin embargo todas sus acciones fueron acciones de su tiempo. Luchó contra traiciones, mentiras, vileza, etc. Él no vivió en un mundo ideal como solemos pensar, basta recordar las intrincadas relaciones entre príncipes cristianos y musulmanes, las idas y venidas de alianzas y defecciones. Él sólo luchó como podía hacerlo un ario en el terreno que se le dio. Por eso fue grande.
En parte está aquí también la razón del fracaso de los intentos por hacer resurgir al ideal. Nadie está dispuesto a pasar desapercibido, nadie quiere hacer lo pequeño. ¡Cuántos blogs deberían publicarse, cuántos libros deberían traducirse, cuántas opiniones deberían vertirse en la reunión de amigos, de vecinos, cuántas enseñanzas deberíamos dar a nuestros hijos día a día!
Pero siempre estamos esperando el movimiento, el partido, la revolución final, entornando los ojos esperando al Último Batallón. ¿Merecemos la llegada de ese Último Batallón del Führer?
Yo creo que el último batallón somos nosotros y estamos perdiendo el tiempo esperando que algo o alguien venga a salvarnos.
El Héroe ama a la vida, la desea, la cultiva. La vida real, esa es la razón por la cual no teme al día a día, a la rutina, ni a la muerte. Es más, ansiamos la muerte heroica, la vida corta y luminosa.
Hay que recuperar la alegría aria, la Gaya Ciencia de Nietszche, no podemos traicionar a nuestros antepasados arrastrando nuestras vidas como viudas desamparadas. Maldecimos el no haber vivido ese otro tiempo de la Gran Guerra, tal como lo decía antes, no para gozar de una vida ideal, sino que para morir heroicamente, aunque en nuestra lápida dijera “soldado desconocido”, porque la lucha es el objetivo, es lo que saca lo mejor de nosotros.
Si no pudimos brillar en el cielo de esa época, incendiemos el presente… y todo fuego parte por una chispa.
Welsung
La nostalgia de la que hablábamos en el capítulo anterior tiene un lado negativo. Cuando ella ha llegado a su máximo, cuando el dolor es insoportable, entonces existen sólo dos salidas posibles.
El guerrero puede disolverse en un mundo de placeres morbosos, refocilándose en la no existencia y viviendo una ilusión. Esta situación es como volver al útero materno. Rehuyendo de la realidad, el guerrero niega la rudeza real del mundo que lo rodea y construye una dureza de mentira que lo reconforta, pues le da la sensación de un heroísmo que hoy en día llamaríamos virtual, pero que en realidad no es más que una ilusión.
La vuelta al seno materno es psicológicamente hablando un incesto, un tabú, algo que la sociedad sana rechaza pues es una negación de la vida. La imagen de la madre devoradora aparece aquí endulzada pues el guerrero no es capaz de darse cuenta de que está siendo digerido lentamente en la obscura nada de su propio inconsciente. Lleno de imágenes es incapaz de vivir la vida real.
Nada diferencia a este escapismo, de los héroes virtuales que vemos en los cybercafés. Jóvenes esmirriados, de cuerpos y mentes destruidos, se ven a sí mismos como grandes guerreros en sus juegos multimedia. Faltos de carácter son incapaces de enfrentar una realidad que los pondría en su verdadero lugar y viven a través de mentiras, heroicas, pero mentiras.
El Nacionalsocialista que vive inmerso en las imágenes y recuerdos y no es capaz de enfrentar a su vecino, a su jefe. El que no es capaz de salir adelante con su familia, con su vida cotidiana, debería leer “Nietszche contra Wagner”, una gran obra del primero, en la que la ira no es con Wagner mismo sino que contra lo que provoca en sus auditores los cuales: sufren de la misma enfermedad de los que hoy ven El Señor de los Anillos y hasta se disfrazan ad hoc, pero no tienen carácter.
La otra opción es la resurrección del Héroe. En esta senda el guerrero redescubre que la única vitalidad que vale es la que él es capaz de desplegar día a día en todos los frentes que la realidad le opone. Esta visión, que cuesta tanto aprehender, nos dice que la lucha total se compone de todas las pequeñas batallas que vivimos día a día y que éste, y no otro, es el mundo de los Dioses Arios. No caben aquí ojos entornados deseando mundos extra terrenos. Nadie que no sepa vivir aquí, será bienvenido en el Walhalla.
Ahora, la Madre terrible naturaleza nos pondrá todos los obstáculos en el camino para que no podamos cumplir nuestra misión. Pero en el fondo lo hace deseando que el Héroe salga victorioso de cada empresa. Es como Hércules, si éste no hubiese tenido todas esos terribles trabajos, jamás habría sido el héroe que cantan las leyendas.
Normalmente despreciamos las batallas que nos presenta la vida cada día, porque buscamos la Gran Batalla. Desearla es lo correcto, todo nuestro anhelo debe dirigirse a la Gran Obra, el Gran desafío, pero estoy seguro que ella jamás se nos aparecerá si no somos capaces de enfrentar las pequeñas dificultades. Es como si un aprendiz se negara a fregar el piso del castillo del maestro, porque siempre espera que le den una tarea “ a su altura”. Todo buen maestro sabe que si el discípulo no es capaz de los trabajos pequeños, tampoco podrá con los grandes cuando llegue la ocasión.
Podemos despreciar la realidad que vivimos, pero debemos recordar que las sagas nos hablan de héroes que vivieron su tiempo y que fueron grandes en sus tiempos, en sus realidades, en sus comidillos de cortes. Pensemos en las aventuras del Cid. Nadie puede negar su grandeza típica de un hijo del pueblo godo, sin embargo todas sus acciones fueron acciones de su tiempo. Luchó contra traiciones, mentiras, vileza, etc. Él no vivió en un mundo ideal como solemos pensar, basta recordar las intrincadas relaciones entre príncipes cristianos y musulmanes, las idas y venidas de alianzas y defecciones. Él sólo luchó como podía hacerlo un ario en el terreno que se le dio. Por eso fue grande.
En parte está aquí también la razón del fracaso de los intentos por hacer resurgir al ideal. Nadie está dispuesto a pasar desapercibido, nadie quiere hacer lo pequeño. ¡Cuántos blogs deberían publicarse, cuántos libros deberían traducirse, cuántas opiniones deberían vertirse en la reunión de amigos, de vecinos, cuántas enseñanzas deberíamos dar a nuestros hijos día a día!
Pero siempre estamos esperando el movimiento, el partido, la revolución final, entornando los ojos esperando al Último Batallón. ¿Merecemos la llegada de ese Último Batallón del Führer?
Yo creo que el último batallón somos nosotros y estamos perdiendo el tiempo esperando que algo o alguien venga a salvarnos.
El Héroe ama a la vida, la desea, la cultiva. La vida real, esa es la razón por la cual no teme al día a día, a la rutina, ni a la muerte. Es más, ansiamos la muerte heroica, la vida corta y luminosa.
Hay que recuperar la alegría aria, la Gaya Ciencia de Nietszche, no podemos traicionar a nuestros antepasados arrastrando nuestras vidas como viudas desamparadas. Maldecimos el no haber vivido ese otro tiempo de la Gran Guerra, tal como lo decía antes, no para gozar de una vida ideal, sino que para morir heroicamente, aunque en nuestra lápida dijera “soldado desconocido”, porque la lucha es el objetivo, es lo que saca lo mejor de nosotros.
Si no pudimos brillar en el cielo de esa época, incendiemos el presente… y todo fuego parte por una chispa.
Welsung
1 Comments:
Excelente comentario camarada,como siempre sus escritos reflejan a una gran mayoría de camaradas, de este tiempo y de los recientes pasados. Y siendo consecuente con su opinión que es la mía, recojo el guante y comienzo mi blog... a ver que sale, informaré de la dirección.
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