LA MENTIRA COMO VÍA DE SANTIDAD
Supongamos que, en un remoto pasado, los dirigentes de un pueblo en particular, por las razones que sea, decidieran aseverar, contra los usos y costumbres de entonces, que existe un solo dios en el universo. Y supongamos que, además, ese dios único estableciera una alianza con un único pueblo, merced a algún mérito que no interesa exponer, prefiriéndolo a todos los demás.
Aunque las hipótesis mostradas son intrínsecamente absurdas, supongamos que los niños de ese pueblo, desde su más tierna infancia, antes de la aparición de algún espíritu de crítica, fueran adoctrinados con tamañas sandeces. Y así fuera generación tras generación, por miles de años.
¿Cómo vería el mundo un hombre de ese pueblo? ¿Cuál sería su Weltanschauung? ¿Cuál sería su moral?
Evidentemente, todos aquellos que no pertenecieran a su pueblo formarían una subhumanidad, algo intermedio entre el hombre y las bestias, o una extensión de las bestias hacia la humanidad.
¿Sería lícito que los subhumanos tuvieran los mismos derechos (a la vida, a la libertad, a no ser asesinados en cualquier momento, en cualquier lugar, a educarse, a tener salud) que los humanos?
Se deduce que no. De lo contrario habría que concederles “derechos civiles” (como dicen los estadounidenses) a vacas, caballos, burros, buitres.
¿Sería ilícito mentir para cubrir las acciones infames realizadas contra los subhumanos por los miembros de un pueblo elegido por el único dios del universo?
Ciertamente.
Hoy, 15 de enero, el ejército de la entidad sionista atacó en Gaza un hospital con 500 pacientes, una escuela y unas instalaciones de las Naciones Unidas, que en sus bodegas tenía ayuda humanitaria. El gobierno judío denunció que habían sido atacados por Hamas desde las instalaciones de la ONU.
Cito un artículo premonitorio, del renombrado periodista británico Robert Fisk, especialista en Oriente Medio y Oriente Próximo, de su artículo del 7 de enero (Ref:
http://www.independent.co.uk/opinion/commentators/fisk/robert-fisk-why-do-they-hate-the-west-so-much-we-will-ask-1230046.html):
Una vez más, Israel ha abierto las puertas del infierno a los palestinos. Cuarenta refugiados civiles muertos en una escuela de las Naciones Unidas, tres más en otra. No está mal para una noche de trabajo en Gaza para el ejército que cree en la “pureza de las armas”. Pero, ¿por qué podríamos sorprendernos?
¿Hemos olvidado los 17.500 muertos —casi todos civiles, la mayoría de ellos niños y mujeres— en la invasión israelí de Líbano en 1982; los 1.700 civiles palestinos muertos en la masacre de Sabra y Chatila; la masacre en Qana, en 1996, de 106 refugiados civiles libaneses, más de la mitad de ellos niños, en una base de las Naciones Unidas; la masacre de los refugiados de Marwahin que fue ordenada en 2006 por israelíes, sentados en sus hogares, y ejecutada por la tripulación de un helicóptero israelí; los 1.000 muertos del bombardeo e invasión de Líbano, también en 2006, casi todos ellos civiles?
He reporteado las excusas que ejército israelí ha planteado en el pasado para estos ultrajes. Ya que ellas pudieran ser recalentadas en las próximas horas, aquí están algunas: que los palestinos mataron a sus propios refugiados, que los palestinos desenterraron cadáveres en cementerios y los dejaron en las ruinas, que finalmente los palestinos son culpables por apoyar un grupo armado o porque palestinos armados usan deliberadamente a los refugiados inocentes como “escudos humanos”.
La masacre de Sabra y Chatila fue cometida por los falangistas libaneses derechistas, aliados de Israel, como reveló la propia comisión investigadora israelí, mientras las tropas israelíes observaron todo durante 48 horas y no hicieron nada (…) Después de que la artillería israelí bombardeó la base de la ONU en Qana en 1996, los israelíes reclamaron que tiradores de Hizbollah estaban disparando desde esa base. Mentira. Los más de 1.000 muertos de 2006 —una guerra comenzada cuando Hizbollah capturó dos soldados israelíes en la frontera— fueron desestimados por Israel al afirmar que eran responsabilidad de Hizbollah. Israel alegó que los cuerpos de los niños muertos en la segunda masacre de Qana habían sido tomados de un cementerio. Otra mentira. La excusa de la masacre de Marwahin nunca se presentó. A los habitantes del pueblo se les ordenó evacuarlo, obedeciendo órdenes israelíes y luego fueron atacados por un cañonero israelí. Los refugiados y sus niños se quedaron alrededor del camión en que viajaban, los pilotos israelíes podían ver que eran inocentes. Entonces el helicóptero israelí los aniquiló, disparando desde corta distancia. Sólo dos sobrevivieron. Israel aún no se disculpa.
Doce años antes, otro helicóptero israelí atacó una ambulancia que llevaba civiles de una aldea vecina, una vez más atacaron, después que se les ordenó salir de Israel, matando a tres niños y dos mujeres. Los israelíes afirmaron que un combatiente de Hizbollah estaba en la ambulancia. No era verdad. Yo cubrí todas estas atrocidades, las investigué todas, hablé con los sobrevivientes. Luego les conté a mis colegas. Nuestro destino, por supuesto, fue ser acusados de la peor difamación: fuimos acusados de ser antisemitas.
Y escribo lo siguiente sin la más mínima duda: escucharemos todas estas falsedades otra vez. Tendremos la mentira de la “culpabilidad de Hamas” (el Cielo sabe que tenemos suficiente para culparlos sin agregar este crimen), y podríamos tener también la mentira de los “cadáveres llevados desde el cementerio” y tendremos casi con certeza la mentira de “Hamas estaba en la escuela de la ONU” y tendremos, por fin, la mentira del antisemitismo.
Hasta aquí parte del artículo premonitorio de Fisk, que no explica el por qué del uso obsesivo de la mentira.
La megalomanía monstruosa de unos pocos, servidores fieles de un monstruo megalómano, hoy tiñe de rojo las calles, las ruinas, las escuelas, los hospitales de Gaza.
Venezuela y Bolivia han expulsado a los embajadores de la entidad sionista en Caracas y La Paz. ¿Habrán ingresado estos países en el “Eje del Mal”? ¿Veremos los Merkava aniquilando civiles en La Guaira y a los helicópteros Apache lanzando misiles contra escuelas en Cochabamba?
Entretanto, la mentira se transforma en verdad oficial, y con el paso del tiempo, en verdad legal, defendida por una serie de leyes ilegítimas, como ocurre en algunos países de Europa con la mentira de los “seis millones” de “el Holocausto”. La mentira se transforma en una vía de santidad, un camino para llegar hasta el Único, el neurótico Yahvéh.
¿Cuán profundamente pueden enclavarse las raíces de la locura en un hombre, en un pueblo, en el mundo entero? ¿Cuál es la lógica que hace que el mundo deba girar al ritmo impuesto por una ínfima minoría?
Uno podría estar tentado de pensar que es cierto el cuento del único dios y de su alianza con su único pueblo predilecto.
Hoffmann
Aunque las hipótesis mostradas son intrínsecamente absurdas, supongamos que los niños de ese pueblo, desde su más tierna infancia, antes de la aparición de algún espíritu de crítica, fueran adoctrinados con tamañas sandeces. Y así fuera generación tras generación, por miles de años.
¿Cómo vería el mundo un hombre de ese pueblo? ¿Cuál sería su Weltanschauung? ¿Cuál sería su moral?
Evidentemente, todos aquellos que no pertenecieran a su pueblo formarían una subhumanidad, algo intermedio entre el hombre y las bestias, o una extensión de las bestias hacia la humanidad.
¿Sería lícito que los subhumanos tuvieran los mismos derechos (a la vida, a la libertad, a no ser asesinados en cualquier momento, en cualquier lugar, a educarse, a tener salud) que los humanos?
Se deduce que no. De lo contrario habría que concederles “derechos civiles” (como dicen los estadounidenses) a vacas, caballos, burros, buitres.
¿Sería ilícito mentir para cubrir las acciones infames realizadas contra los subhumanos por los miembros de un pueblo elegido por el único dios del universo?
Ciertamente.
Hoy, 15 de enero, el ejército de la entidad sionista atacó en Gaza un hospital con 500 pacientes, una escuela y unas instalaciones de las Naciones Unidas, que en sus bodegas tenía ayuda humanitaria. El gobierno judío denunció que habían sido atacados por Hamas desde las instalaciones de la ONU.
Cito un artículo premonitorio, del renombrado periodista británico Robert Fisk, especialista en Oriente Medio y Oriente Próximo, de su artículo del 7 de enero (Ref:
http://www.independent.co.uk/opinion/commentators/fisk/robert-fisk-why-do-they-hate-the-west-so-much-we-will-ask-1230046.html):
Una vez más, Israel ha abierto las puertas del infierno a los palestinos. Cuarenta refugiados civiles muertos en una escuela de las Naciones Unidas, tres más en otra. No está mal para una noche de trabajo en Gaza para el ejército que cree en la “pureza de las armas”. Pero, ¿por qué podríamos sorprendernos?
¿Hemos olvidado los 17.500 muertos —casi todos civiles, la mayoría de ellos niños y mujeres— en la invasión israelí de Líbano en 1982; los 1.700 civiles palestinos muertos en la masacre de Sabra y Chatila; la masacre en Qana, en 1996, de 106 refugiados civiles libaneses, más de la mitad de ellos niños, en una base de las Naciones Unidas; la masacre de los refugiados de Marwahin que fue ordenada en 2006 por israelíes, sentados en sus hogares, y ejecutada por la tripulación de un helicóptero israelí; los 1.000 muertos del bombardeo e invasión de Líbano, también en 2006, casi todos ellos civiles?
He reporteado las excusas que ejército israelí ha planteado en el pasado para estos ultrajes. Ya que ellas pudieran ser recalentadas en las próximas horas, aquí están algunas: que los palestinos mataron a sus propios refugiados, que los palestinos desenterraron cadáveres en cementerios y los dejaron en las ruinas, que finalmente los palestinos son culpables por apoyar un grupo armado o porque palestinos armados usan deliberadamente a los refugiados inocentes como “escudos humanos”.
La masacre de Sabra y Chatila fue cometida por los falangistas libaneses derechistas, aliados de Israel, como reveló la propia comisión investigadora israelí, mientras las tropas israelíes observaron todo durante 48 horas y no hicieron nada (…) Después de que la artillería israelí bombardeó la base de la ONU en Qana en 1996, los israelíes reclamaron que tiradores de Hizbollah estaban disparando desde esa base. Mentira. Los más de 1.000 muertos de 2006 —una guerra comenzada cuando Hizbollah capturó dos soldados israelíes en la frontera— fueron desestimados por Israel al afirmar que eran responsabilidad de Hizbollah. Israel alegó que los cuerpos de los niños muertos en la segunda masacre de Qana habían sido tomados de un cementerio. Otra mentira. La excusa de la masacre de Marwahin nunca se presentó. A los habitantes del pueblo se les ordenó evacuarlo, obedeciendo órdenes israelíes y luego fueron atacados por un cañonero israelí. Los refugiados y sus niños se quedaron alrededor del camión en que viajaban, los pilotos israelíes podían ver que eran inocentes. Entonces el helicóptero israelí los aniquiló, disparando desde corta distancia. Sólo dos sobrevivieron. Israel aún no se disculpa.
Doce años antes, otro helicóptero israelí atacó una ambulancia que llevaba civiles de una aldea vecina, una vez más atacaron, después que se les ordenó salir de Israel, matando a tres niños y dos mujeres. Los israelíes afirmaron que un combatiente de Hizbollah estaba en la ambulancia. No era verdad. Yo cubrí todas estas atrocidades, las investigué todas, hablé con los sobrevivientes. Luego les conté a mis colegas. Nuestro destino, por supuesto, fue ser acusados de la peor difamación: fuimos acusados de ser antisemitas.
Y escribo lo siguiente sin la más mínima duda: escucharemos todas estas falsedades otra vez. Tendremos la mentira de la “culpabilidad de Hamas” (el Cielo sabe que tenemos suficiente para culparlos sin agregar este crimen), y podríamos tener también la mentira de los “cadáveres llevados desde el cementerio” y tendremos casi con certeza la mentira de “Hamas estaba en la escuela de la ONU” y tendremos, por fin, la mentira del antisemitismo.
Hasta aquí parte del artículo premonitorio de Fisk, que no explica el por qué del uso obsesivo de la mentira.
La megalomanía monstruosa de unos pocos, servidores fieles de un monstruo megalómano, hoy tiñe de rojo las calles, las ruinas, las escuelas, los hospitales de Gaza.
Venezuela y Bolivia han expulsado a los embajadores de la entidad sionista en Caracas y La Paz. ¿Habrán ingresado estos países en el “Eje del Mal”? ¿Veremos los Merkava aniquilando civiles en La Guaira y a los helicópteros Apache lanzando misiles contra escuelas en Cochabamba?
Entretanto, la mentira se transforma en verdad oficial, y con el paso del tiempo, en verdad legal, defendida por una serie de leyes ilegítimas, como ocurre en algunos países de Europa con la mentira de los “seis millones” de “el Holocausto”. La mentira se transforma en una vía de santidad, un camino para llegar hasta el Único, el neurótico Yahvéh.
¿Cuán profundamente pueden enclavarse las raíces de la locura en un hombre, en un pueblo, en el mundo entero? ¿Cuál es la lógica que hace que el mundo deba girar al ritmo impuesto por una ínfima minoría?
Uno podría estar tentado de pensar que es cierto el cuento del único dios y de su alianza con su único pueblo predilecto.
Hoffmann
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