El Matón del barrio
Varias veces he iniciado la redacción de este texto, pero a poco de andar he debido detenerme. La redacción se entorpece, se paraliza, como por efecto de un maleficio. Una y otra vez recomienzo para tratar de plasmar unos simples pensamientos.
Simples, pero no por eso menos reales.
En otra comuna de esta ciudad, en otro barrio, vive una familia llegada hace relativamente poco tiempo. La casa que ocupa no es propia, le fue asignada injustamente por una cofradía que residía lejos de ese lugar. La casa tenía dueño, pero la cofradía, que tenía poder, obligó a los legítimos dueños a ahuecar el ala y desocupar la mitad de las habitaciones.
Los integrantes de la familia advenediza inmediatamente tuvieron roces con los dueños de la casa. Un simple pugilato se convirtió en lucha abierta, la sangre se derramó, y la familia advenediza logró vencer a los dueños legítimos. Y así ocurrió década tras década, generación tras generación.
Los advenedizos lograron crear tal odiosidad en el resto del vecindario, que decidieron elevar altos muros, cercas electrificadas, llenaron sus jardines de perros desquiciados. Y en ese ambiente de neurosis completa, los niños que iban naciendo en el interior de esa familia, se educaron y se criaron como neuróticos, como psicóticos, siempre esperando la agresión de los vecinos.
Además de neurosis, los viejos de la familia advenediza sufrían de esquizofrenia. Tienen alucinaciones, escuchan voces que les hablan (qué curiosa autoreferencia) acerca de una supuesta preferencia, originada en una supuesta divinidad. Y esos cuentos de viejas son tan antiguos que son la base de los cuentos de viejas del resto del vecindario, e incluso de las de otros barrios, de modo tal que las estupideces repetidas generación tras generación se han transformado en “cultura” y en “tradición”, sin que la gente se detenga a analizar las sandeces propagadas como lo que son: los cuentos de un chiflado.
Los afuerinos se las arreglaron para hipnotizar a casi todo el resto de la humanidad, de modo que la palabra prohibida, esa que comienza con jota, no puede ser pronunciada sin bajar el tono de la voz, sin sentir un estremecimiento supersticioso.
Los afuerinos poseen poderosos padrinos; sin ellos, jamás hubieran durado más de dos años en las casas usurpadas. Presumen ser los más geniales guerreros de la historia, pero la verdad es que no hay ejércitos sin dinero. Con el dinero suficiente pueden tener un ejército poderoso, imposible de ser financiado sólo con la exportación de naranjas o los dólares del turismo. Y cuando la cosa se pone complicada, entonces vienen sus padrinos, los mismos que los instalaron en el barrio (pero lejos de sus casas), y les prestan sus propias armas. Entonces ya no hay guerreros geniales, sino simplemente matones.
Matones, cobardes por definición, valientes contra los débiles y cobardes cuando las cosas se ponen espesas. No cabe duda que sus generales son mediocres, no son capaces, con los medios infinitos que poseen, de lograr una victoria definitiva, sino sólo demoler el resto del barrio, matar niños y viejos, y a unos pocos combatientes. Ellos, los poseedores del “mejor ejército del mundo”, de los “mejores servicios de inteligencia del mundo”, sólo despilfarran bombas y misiles lanzándolos sobre edificios civiles, y sobre las ruinas de esos edificios, y otra vez sobre las ruinas, más ruinas, más piedras, más escombros, eternamente escombros, rememorando el agreste paraje que fue la cuna de sus más antiguos antepasados.
La victoria definitiva de estos matones neuróticos, mafiosos, psicóticos, esquizofrénicos, sólo llegará cuando sea derramada la última gota de sangre del último vecino. Lo cual, obviamente, es imposible.
En su sangrienta insanía, los afuerinos parecieran no acabar con su delirio de grandeza. Esta familia desquiciada no puede tener vecinos. En todos los barrios que vivió se ganó la malquerencia de los demás. Ayer, cuando eran menos poderosos, fingían humildad. Hoy, amparados por la mafia, actúan sin tapujos.
Así, pues, la familia de afuerinos se las arregló para amargar la vida de sus vecinos, para robarles casas y vidas, derramando sangre inocente, pues para la mentalidad obsesiva, megalómana y neurótica de los afuerinos, todo aquel que no está con ellos, está contra ellos; y todo aquel que está contra ellos es un asesino, un terrorista, un antisemita.
La familia enloqucida se llama Israel.
Hoffmann
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