Welsungsraum

"Hazte fuerte en los viejos sueños para que nuestro mundo no pierda la esperanza". Ezra Pound "Ich lehre euch den Übermenschen. Der Mensch ist Etwas, das überwunden werden soll. Was habt ihr getan, ihn zu überwinden?". Nietzsche

Nombre: Welsung

lunes, octubre 20, 2008

La Religión Secular de “El Holocausto”: Un Producto Descompuesto de la Sociedad de Consumo.




La religión de “el Holocausto” es una religión secular: ella pertenece al mundo laico; es profana. En realidad, ella tiene a su disposición el brazo secular, que es una autoridad temporal con terrible poder. Ella tiene sus dogmas, sus mandamientos, sus decretos, sus profetas y sus sacerdotes supremos. Como un revisionista ha observado, ella tiene su círculo de santos, masculinos y femeninos, entre quienes están, por ejemplo, Santa Ana (Frank), San Simón (Wiesenthal) y San Elie (Wiesel). Tiene sus lugares santos, sus rituales y sus peregrinajes. Tiene sus edificios sagrados (y macabros) y sus reliquias (en la forma de pastillas de jabón, zapatos, cepillos de dientes…). Tiene sus mártires, sus héroes, sus milagros y sus milagrosos sobrevivientes (por millones), su leyenda dorada y sus justos. Auschwitz es su Gólgota. Para ella, Dios se llama Yahvé, protector de su pueblo elegido, quien, como se dice en uno de los salmos de David (el número 120), invocado recientemente por una fiscal, Anne de Fontette, durante el proceso en París a un revisionista francés, castiga los “labios mentirosos” (mediante el envío de “filosas flechas del Poderoso, con brasas de enebro”). Para esta religión, Satanás se llama Hitler, condenado, como Jesús en el Talmud, a recocerse en excremento por la eternidad. Esta religión no conoce la piedad, ni el perdón, ni la clemencia sino sólo el deber de la venganza. Ella amasa fortunas a través del chantaje y la extorsión, y obtiene privilegios inauditos. Ella dicta su ley a las naciones. Su corazón late en Jerusalén, en el monumento Yad Vashem, en una tierra despojada a sus nativos; en la protección de un muro de 8 metros de alto, construido para proteger a un pueblo que es la sal de la tierra. Los compañeros en la fe de “el Holocausto” gobiernan a los goim con un sistema que es la más pura expresión del militarismo, del racismo y del colonialismo.


Una Religión Completamente Reciente cuyo Crecimiento ha sido Meteórico

Aunque es largamente una encarnación de la religión hebrea, la nueva religión es completamente reciente y ha exhibido un crecimiento meteórico. Para el historiador, el fenómeno es excepcional. Siendo más frecuentemente considerada una religión de visión universal, tiene sus orígenes en épocas remotas y oscuras, un hecho que hace que la tarea de historiadores de ideas e instituciones religiosas sea bastante ardua. Sin embargo, por fortuna para este tipo de historiador, en el espacio de cincuenta y tantos años (1945-2000), justo ante nuestros ojos, una nueva religión, la de “el Holocausto”, ha llegado súbitamente a existir y ha procedido a desarrollarse con velocidad asombrosa, extendiéndose casi por todas partes. Ella ha conquistado Occidente e intenta imponerse en el resto del mundo. Cualquier investigador interesado en el fenómeno histórico consistente en el nacimiento, vida y muerte de las religiones, está obligado, por lo tanto, a tomar la ocasión así ofrecida para estudiar desde cerca el nacimiento y la vida de esta nueva religión, para luego calcular sus posibilidades de supervivencia y la posibilidad de su derrumbe. Cualquier especialista en guerras, teniendo cuidado ante los indicios de una conflagración venidera, debería estudiar los riesgos de una cruzada belicosa tal como la que nos acarrearía esta religión de conquista.


Una Religión que Abraza el Consumismo

Como una regla, la sociedad de consumo coloca a las religiones e ideologías en dificultades o en peligro. Cada año, el crecimiento tanto de la producción industrial como de la actividad de negocios crea en la mente de la gente nuevas necesidades y deseos, algunos verdaderamente concretos, disminuyendo absolutamente su ansia o sus aspiraciones hacia un ideal, factores de los que se alimentan las religiones e ideologías. Junto a esto, el progreso del pensamiento científico hace a la gente más y más escéptica a la veracidad de los relatos de las religiones y a las promesas que ellas les entregan. Paradojalmente, la única religión que prospera hoy es la de “el Holocausto”, que rige en forma suprema, por así decirlo, y que tiene sus escépticos, abiertamente activos, los que son separados del resto de la humanidad: ella los tilda de “negadores”, mientras que ellos se llaman a sí mismos “revisionistas”.

En estos días, las ideas de patria, nacionalismo o raza, así como aquellas de comunismo o aún de socialismo, están en crisis o aún en vías de extinción. Igualmente están en crisis las religiones del mundo occidental, incluyendo la religión judía, y lo mismo pasa, pero de una manera poco visible, con las religiones no occidentales, ellas mismas enfrontadas a la fuerza de atracción del consumismo. Contra lo que uno podría pensar, la religión musulmana no es una excepción: el bazar atrae mayores masas que la mezquita y, en ciertos reinos petrolíferos y ricos, el consumismo en sus formas más extravagantes asume una pose aún más insolente, desafiando las reglas de vida que dicta el Islam.

El catolicismo romano, por su parte, sufre de anemia: usando una frase de Céline, ha llegado a estar “cristianémico”. Entre los católicos a los que Benedicto XVI se dirige, ¿cuántos aún creen en la virginidad de María, los milagros de Jesús, la resurrección física de los muertos, la vida eterna, el Cielo, el Purgatorio y el Infierno? Lo que los hombres de la Iglesia dicen se limita usualmente a sacar a relucir la frase “Dios es amor”. Las religiones protestantes, y aquellas parecidas a esas, se diluyen, junto con sus doctrinas, en una infinidad de sectas y variantes. La religión judía vigila a sus miembros, más y más reacios a observar sus muy peculiares reglas y prohibiciones, abandonando la sinagoga y, en cada vez más grandes números, casándose fuera de la comunidad.

Pero, mientras que las creencias o convicciones occidentales han perdido mucho de su esencia, la fe en “el Holocausto” se ha fortalecido; ha terminado de crear un enlace —una religión, de acuerdo a la etimología común de todos modos, es un enlace (religat religio)— que posibilita a comunidades y naciones dispares tomar parte de una fe común. En resumen, cristianos y judíos hoy cooperan cordialmente en propagar la fe holocáustica. Aún un buen número de agnósticos o ateos pueden ser vistos poniéndose en fila con entusiasmo bajo la bandera del “Holocausto”. “Auschwitz” está logrando la unión de todos.

El hecho es que esta nueva religión, nacida en la época donde el consumismo se expandió rápidamente, lleva todos los sellos del consumismo. Ella tiene su vigor, astucia e inventiva. Ella explota todos los recursos del marketing y las comunicaciones. Los más ruines productos del Shoah Business son sólo los efectos secundarios de una religión que, intrínsecamente, es ella misma una mentira pura. Desde unos pocos retazos de una realidad histórica dada, cosas que fueron, después de todo, lugares comunes en épocas de guerra (como la internación de una buena parte de los judíos europeos en guetos o campamentos), sus promotores han construido una impostura histórica gigantesca: la impostura, dicho de una buena vez, del supuesto exterminio de los judíos de Europa, de campamentos supuestamente equipados con cámaras de gas homicidas y, finalmente, de supuestos seis millones de víctimas judías.


Una Religión que Parece Haber Encontrado la Solución del Problema Judío

A través de los milenios, los judíos, al principio generalmente bien recibidos en las tierras que los han alojado, han terminado despertando un fenómeno de rechazo que ha conducido a su expulsión. Generalmente, después de salir por una puerta, ellos han reingresado a esos territorios a través de otra puerta. En varios países de Europa continental, a fines del siglo XIX y a comienzos del siglo XX, el fenómeno se manifestó otra vez. “El problema judío” fue formulado especialmente en Rusia, Polonia, Rumania, Austria-Hungría, Alemania y Francia. Todos, comenzando con los mismos judíos, entonces se pusieron a buscar “una solución” a este “problema judío”. Para los sionistas, largamente una minoría entre sus correligionarios, la solución sólo podría ser territorial. El punto a resolver era encontrar, con el acuerdo de los poderes imperiales, un territorio en el que los colonos judíos pudieran establecerse. Esta colonia podría localizarse, por ejemplo, en Palestina, Madagascar, Uganda, América del Sur, Siberia,… Polonia y Francia concibieron la solución de Madagascar mientras que la Unión Soviética creaba al sur de Siberia el sector judío autónomo de Birobiyán. Esto también fue analizado por la Alemania nacionalsocialista, que estudió la posibilidad de establecer a los judíos en Palestina pero que, desde 1937, comprobó la naturaleza no realista de la idea y el gran mal que tal proyecto implicaría a los palestinos. Subsiguientemente el Tercer Reich quiso crear una colonia judía en un sector de Polonia (la Judenreservat de Nisko, al sur de Lublin), luego, en su turno, en 1940, consideró seriamente crear una colonia en Madagascar (el Madagascar Projekt). Dos años más tarde, acosada por las necesidades de una guerra emprendida en tierra, mar y aire y atareada en enfrentar más y más peligros relacionados con salvar las ciudades alemanas de un diluvio de fuego, salvaguardar la propia vida de su pueblo, mantener la economía de todo el continente en marcha, un continente muy pobre en materias primas, el canciller Hitler dio a conocer a su séquito, en la presencia del ministro del Reich y jefe de la Cancillería del Reich Hans-Heinrich Lammers, que él intentaba “aplazar la solución del problema judío hasta después de la guerra”. Constituyendo los judíos una población necesariamente hostil a Alemania durante la guerra, estos —en cualquier caso una gran porción de esa población— tenían que ser deportados e internados. Aquellos capaces de trabajar fueron obligados a hacerlo, los demás fueron confinados en campos de concentración o campos de tránsito. Nunca Hitler deseó ni autorizó la masacre de judíos y sus tribunales militares llegaron tan lejos como a sentenciar con pena de muerte, aún en territorio soviético, a soldados encontrados culpables de excesos contra judíos. Nunca el Estado alemán concibió nada más que, en lo concerniente a los judíos, “una solución territorial final del problema judío” (eine territoriale Endlösung der Judenfrage) y ello muestra toda la deshonestidad de nuestros historiadores ortodoxos al aludir incesantemente a “la solución final del problema judío”, evadiendo deliberadamente el adjetivo “territorial”, tan importante aquí. Hasta el final de la guerra, Alemania mantuvo la oferta de entregar judíos internados a los Aliados occidentales, pero con la condición de que ellos debían permanecer en Gran Bretaña, por ejemplo, y no invadir Palestina para atormentar “al noble y valiente pueblo árabe”. No hubo nada excepcional en el destino de los judíos europeos dentro de la hoguera general de la guerra. Esto habría merecido sólo una mención en el gran libro de la historia de la Segunda Guerra Mundial. Uno podría, por lo tanto, quedar completamente asombrado, y con razón, porque hoy podría considerarse que la característica esencial de aquella guerra fue el destino de los judíos.

Después de la guerra, fue en la tierra de Palestina y en detrimento de los palestinos que los partidarios de la religión de “el Holocausto” encontraron —o creen que encontraron— la solución territorial final del problema judío.


Una Religión que, Previamente, Andaba a Tientas Junto a sus Métodos de Venta (La Retractación de Raul Hilberg)

Sugiero que los psicólogos se encarguen de redactar una historia de la nueva religión mediante el examen de las extremadamente variadas técnicas con las que este “producto” fue creado, lanzado y vendido durante los años 1945-2000. Ellos podrían medir así la distancia existente entre los procedimientos, con frecuencia torpes de los comienzos y la sofisticación final, de los embalajes diseñados por los spin doctors (personas que se inclinan favorablemente artículos o políticas impopulares en nombre de una tendencia política N. del T.), los expertos de nariz ganchuda de nuestros días para sus presentaciones de “el Holocausto”, de ahora en adelante un producto de consumo masivo obligatorio y kosher.

En 1961, Raul Hilberg, el primero de los historiadores de “el Holocausto”, el “Papa” de la ciencia exterminacionista, publicó la primera versión de su mayor obra, “The Destruction of the European Jews” (“La Destrucción de los Judíos Europeos”). Él expresó de manera doctoral la siguiente tesis: Hitler había dado órdenes para realizar una masacre organizada de los judíos y ello fue explicado de alguna manera para cumplir esas órdenes. Esta manera de mostrar la mercadería habría de terminar en un fiasco. Con los revisionistas pidiendo ver las órdenes de Hitler, Hilberg se vio obligado a admitir que estas nunca habían existido. Desde 1982 a 1985, bajo la presión de los mismos revisionistas pidiendo ver las mágicas cámaras de gas homicidas como una realidad técnica, él debió revisar su presentación del producto holocáustico. En 1985, en la edición “revisada y definitiva” del mismo libro, en vez de hablar desde una postura asertiva y seca con el lector-cliente, buscó rodearlo con todo tipo de frases alambicadas, apelando a un supuesto gusto por los misterios de la parapsicología o lo paranormal. Expuso la historia de la destrucción de los judíos europeos sin, al menos, plantear la existencia de orden alguna, de Hitler o de algún otro, de exterminar a dichos judíos. Explicó todo aludiendo a un tipo de misterio diabólico a través del cual, espontáneamente, se les comunicó a los burócratas alemanes que debían asesinar hasta el último judío. “Incontables personas que tomaron decisiones en una extensa máquina burocrática” tomaron parte en la empresa de exterminio por la virtud de un “mecanismo”, y lo hicieron sin algún “plan básico” (p. 53); estos burócratas “crearon una atmósfera en la cual la palabra formal y escrita pudo ser abandonada gradualmente como modus operandi” (p. 54); hubo “entendimientos básicos de funcionarios que dieron como resultado decisiones que no necesitaron de órdenes o explicaciones”; “fue un asunto de espíritu, de comprensión mutua, de consonancia y sincronización”; “ningún departamento se encargó de la operación completa”; “ninguna organización única dirigió o coordinó el proceso completo” (p. 55). En breve, de acuerdo a Hilberg, el exterminio concertado tuvo lugar verdaderamente, pero no había posibilidad de demostrarlo en forma real con la ayuda de documentos específicos. Dos años antes, en Febrero de 1983, durante una conferencia en Avery Fischer Hall, Nueva York, él había presentado esta extraña y poco clara tesis como sigue: “Lo que comenzó en 1941 fue un proceso de destrucción no planificado de antemano, no organizado centralmente por ningún departamento. No hay un proyecto detallado y no hay un presupuesto para medidas destructivas. Ellas fueron tomadas paso a paso, un paso a la vez. Así ocurrió que no se trató del desarrollo de un plan, sino de una increíble conjunción de mentes, una lectura mental consensuada por una extensa burocracia”. En resumen, que el vasto proyecto de destrucción fue ejecutado mágicamente, por telepatía y por los trabajos diabólicos del genio burocrático “nazi”. Se puede decir que, con Hilberg, la ciencia histórica se transformó así en cabalista o religiosa.

Serge y Beate Klarsfeld, en la fase final de su actividad, buscaron iniciarse en el mismo camino de la ciencia fraudulenta cuando llamaron al farmacéutico francés Jean-Claude Pressac para ayudarlos. Por varios años el pobre Pressac se esforzó en vender el producto defectuoso en una forma seudocientífica pero, comprendiendo la impostura, en 1995 él dio un vuelco completo y admitió que, considerando todos los datos, el expediente de “el Holocausto” estaba “descompuesto” y sólo se ajustaba bien “para los basureros de la historia”; en sus propias palabras. Las noticias de este arrepentimiento fueron mantenidas ocultas por cinco años, emergiendo sólo en 2000 al final de un largo libro de Valérie Igounet, otra vendedora ambulante de la Shoah, titulado “Histoire du négationnisme en France” (“Historia del Negacionismo en Francia”), (Seuil, p. 652).


Una Religión que al Final ha Descubierto las Técnicas Actualizadas de Venta

Fue entonces que los spin doctors entraron en escena. Ya que el producto había llegado a ser sospechoso y los potenciales clientes comenzaban a hacer preguntas, la gerencia de la religión de “el Holocausto” tuvo que tomar otro rumbo y dejó de defender la mercadería con argumentos notoriamente científicos: su nueva propuesta sería una resueltamente “moderna”. Se decidió dedicar sólo el esfuerzo mínimo a una argumentación lógica y reemplazar la investigación seria con apelaciones a los sentimientos y a las emociones. En otras palabras, es hizo uso del arte: cine, teatro, novelas históricas, programas de televisión, relato de historias (el arte contemporáneo de relatar en conjunto o construir un “testimonio”), el circo de los medios, el diseño de escenarios en museos, ceremonias públicas, peregrinajes, veneración de (falsas) reliquias y (falsos) símbolos (cámaras de gas simbólicas, números simbólicos, testimonios simbólicos), invocaciones, música y aún kitsch, todo el asunto en correspondencia con las variadas formas de forzar a la gente a comprarlo, incluyendo varios tipos de amenazas. El cineasta Steven Spielberg, un especialista en ficción desaliñada y extraterrestre, ha llegado a ser el promotor de películas holocáusticas, así como del reparto fílmico de 50.000 testigos. Para vender mejor su producto defectuoso en el largo plazo, nuestros historiadores fraudulentos y los traficantes de chatarra han buscado y obtenido la “licencia” de la escuela primaria, con la que ellos instilan un gusto por “el Holocausto” en su clientela más joven: ella, que se encuentra en los años más tempranos en los que los gustos son adquiridos, es adiestrada para hacer lo necesario para que, más tarde, el cliente se sienta fuertemente ser atraído a la mercancía: demandará para sí lo que disfrutó cuando niño, sea esto dulce o veneno. Así se ha llegado a que nadie podría preocuparse más de la historia: todo sirve a la sola causa de un cierto Recuerdo, que es una mezcolanza de leyendas y calumnias que dan al público el placer de sentirse bien y justos, prestos a cantar las virtudes del pobre judío y a maldecir a los intrínsecamente malvados “nazis”, para clamar venganza y escupir en las tumbas de los vencidos. Al final, sólo queda recaudar un flujo de frío y pesado dinero en efectivo y recibir nuevos privilegios. Pierre Vidal-Naquet era sólo un aficionado: en 1979, él se había mostrado desde el principio como un ser muy básico y muy burdo en su promoción de “el Holocausto”. Por ejemplo, cuando fue requerido por los revisionistas para explicar cómo, después de una operación de gaseamiento con ácido cianhídrico (el ingrediente activo en el insecticida “Zyklon B”), una cuadrilla de judíos (Sonderkommando) podía entrar ilesa en una sala aún llena de tan terrible gas, para luego manipular y retirar unos cuantos cientos de cadáveres saturados con veneno, él, junto con otros 33 académicos, replicó que simplemente él no necesitaba entregar ninguna explicación. Spielberg, un hombre más mañoso, mostró en un drama de la pantalla una “cámara de gas” en la que, de una vez, “por un milagro”, las duchas lanzaban… agua y no gas. Subsiguientemente, en su turno, Vidal-Naquet, en forma completamente torpe, ha intentado responder a los revisionistas en un nivel científico y se puso en ridículo. Claude Lanzmann, por su parte, en la película “Shoah”, buscó producir testimonios o confesiones, pero su resultado fue torpe, inepto y difícilmente convincente; al menos él había llegado a la conclusión que el punto principal era “hacer películas” y ocupar el foro público. Hoy no hay más un solo “historiador” de “el Holocausto” que haga de su negocio probar la realidad de “el Holocausto” y sus mágicas cámaras de gas. Todo lo que ellos hacen, como Saul Friedländer en su más reciente libro (L’Allemagne nazie et les juifs / Les années d’extermination [“La Alemania Nazi y los Judíos / Los Años de Exterminio”], Seuil, 2008): es dejar como sobreentendido que todo eso ocurrió. Con ellos la historia llegó a ser axiomática, aunque sus axiomas no son aún redactados. Estos nuevos historiadores proceden con tal seguridad en sí mismos que el lector, desconcertado, no resuelve el problema que se realiza en él: los zalameros siguen hablando incesantemente acerca de un evento cuya realidad ellos no han establecido inicialmente. Y así es que el cliente, creyendo que él ha comprado un bien, realmente compró las zalamerías de aquel que las vendía. El actual campeón mundial del bluff holocáustico es un shabbos goy (goi del Shabbat), el padre Patrick Dubois, un burlador cuyas varias producciones dedicadas a “el Holocausto en píldoras”, notablemente en Ucrania, parece haber encontrado las cumbres de la más exagerada promoción judeocristiana.


Un Cuento Exitoso de los Grandes Poderes

Un cuento de verdadero éxito en el arte de vender, la empresa holocáustica ha adquirido el estatus de un lobby internacional. Este lobby se ha mezclado con el lobby judío en Estados Unidos (cuya organización insignia es la AIPAC) la misma que defiende, con dientes y uñas, los intereses del Estado de Israel, del cual “el Holocausto” es la espada y el escudo. Los más poderosos países del mundo pueden difícilmente darse el gusto de anunciar una tal red de grupos de presión que, bajo una apariencia religiosa, fue al principio un asunto comercial sólo para llegar a ser más tarde militar-comercial, constantemente presionando por nuevas aventuras militares. Se deduce que si otros países, llamados “emergentes”, quieren estar en gracia con un cierto país más poderoso, entonces ellos podrían ser bien sugeridos que se inclinen ante sus deseos. Sin necesariamente profesar su fe en “el Holocausto”, ellos contribuirán, si es necesario, a la propagación de “el Holocausto” y a la represión de aquellos que discuten su realidad. Los chinos, por ejemplo, si bien no usan consigo mismos del todo aquel sinsentido, bien se mantienen prestos a cualquier llamado relativo al problema del “Holocausto judío”; esto los posibilita a posar como los “judíos” de los japoneses durante la última guerra y así señalar que ellos también han sido víctimas de genocidio, una fórmula que, ellos piensan, puede abrir el camino a reparaciones financieras y beneficios políticos, como ha ocurrido con los judíos.


Una Religión Particularmente Mortal

El futuro problema para la religión de “el Holocausto” reside en el hecho que es demasiado secular. Aquí uno puede bien pensar en el Papado, el cual, en los siglos pasados, trazó su poderío político y militar desde un poder temporal que, en el análisis final, terminó causando su derrumbe. La nueva religión es inseparable (con todos ellos) con el Estado de Israel, Estados Unidos, la Unión Europea, la OTAN, Rusia, los grandes bancos (que, como en el caso de los bancos suizos, puede forzar a ceder si ellos no muestran voluntad de desembolsar), el chantaje internacional y los lobbies de mercaderes de armas. ¿Quién puede garantizar una base sólida en el futuro? Se ha hecho vulnerable a sí misma por endosar, de facto, las políticas de países o grupos con apetitos inmoderados, cuyo espíritu de cruzada mundial, como puede ser particularmente observado en Oriente Próximo y Medio, ha llegado a ser aventurero.

Ha llegado a ocurrir que las religiones desaparecen con los imperios que ellas usaron para reinar. Esto es así porque las religiones, como las civilizaciones, son mortales. La de “el Holocausto” es doblemente mortal: espolea países para ir a cruzadas beligerantes y está corriendo a su ruina. Correrá a su ruina aún si, en última instancia, el Estado judío se pudiera desvanecer en la tierra de Palestina. Los judíos entonces dispersos a través del mundo tendrán sólo un último recurso, aquel de lamentar este “segundo Holocausto”.



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